Relatos eróticos

17 Nunca es tarde para el deseo.

Sinopsis: Paula y Ana son dos mejores amigas que recientemente han quedado solteras, en medio de la crisis deciden vivir todo lo que han dejado pendiente por estar en una relación, eso incluye mucha, pero muuucha diversión.

¡Ahhh! La década de los 30 puede ser confusa, pero, ¿cuándo deja de ser confusa la vida? Temo responder que nunca, realmente nunca. A mis 25 juré que ahorita estaría casada, tendría un hogar, un trabajo estable, pero no, me sucedió todo lo contrario: Mi pareja me dejó por su asistente, tengo dos trabajos de medio tiempo, me cuesta hacerme de hábitos de los cuales la gente exitosa habla en sus libros y no tengo una casa propia. Algo que puedo rescatar son mis amistades, he tenido la fortuna de tener compañía en mis ires y venires, en los logros y fracasos, si tengo que mencionar a mi persona favorita, esa es Ana, quien también terminó su relación dos semanas después de que yo lo hiciera. 

Dolidas, cansadas, en crisis, decidimos reunirnos una noche en su departamento para poder dedicarnos a beber botellas de vino, comer papas y ramen de caja. No sé si sería la combinación de todas las anteriores lo que nos hizo tener un estallido de euforia en el cual decidimos comprar entradas a un festival musical. Así es, mi yo madura había decidido gastar parte de su finiquito en un concierto innecesario, pero también la tristeza es innecesaria, así que… Era lo que se tenía que hacer. 

Creo que ir a uno de esos eventos es algo que todo mundo tenemos que hacer antes de morir… Bailas con gente desconocida, disfrutas de la música de tus artistas favoritos, descubres otros nuevos y por supuesto, no falta quien decida portarse mal un rato, al menos ese fue mi caso y el de Ana. ¿Qué pueden hacer dos mujeres recién solteras, en crisis y sin rumbo? Disfrutar de lo poco disfrutable que la vida ofrece de manera inesperada. 

Al paso de unas horas terminamos bailando con un grupo de hombres y mujeres que no conocíamos en lo absoluto pero por la coordinación de nuestros movimientos parecía que teníamos años de conocernos. Ana hizo click con Roberto, yo con Augusto. Los cuatro terminamos bailando de un escenario al otro, se fue creando una atmósfera en donde existía la posibilidad de todo. No voy a mentir, movía mi cuerpo con la intención de que Augusto terminara la noche besándome, vi a Ana hacer lo mismo con Roberto. De pronto Roberto sugirió quedarnos en un hotel cerca de donde estábamos para seguir la fiesta, sabíamos lo que sucedería después.

Pasamos por unas pizzas para llevar y pedimos un cuarto con dos camas. Estábamos conversando cuando de pronto Roberto se levantó al baño y Ana lo siguió, Augusto y yo nos vimos extrañados sin entender qué sucedía, así que decidimos levantarnos para poder ver qué hacían, al abrir la puerta encontramos a Roberto sentado en la taza con Ana encima, ambos comenzaron a reír tímidamente cuando nos vieron. 

“Lo sentimos, no podíamos aguantarnos más”, dijo Ana.

“No pasa nada, no vamos a juzgar”, respondí.

Era extraño porque me había excitado la imagen. Había visto escenas eróticas en películas pero nunca había visto ninguna en vivo y a todo color, lo cual no me disgustó en absoluto. 

“¿Y si llevamos la fiesta a la habitación?” sugirió Augusto. Ana y Roberto soltaron otras risitas intentando sonar tímidos, pero lo siguiente que pasó fue que, los cuatro comenzamos a masajearnos y besarnos, cada pareja en una cama, hasta el punto de desnudarnos y comenzar a masturbarnos. Ver el cuerpo desnudo de Ana y Roberto me gustó más de lo que hubiera podido imaginar, estaba disfrutando ver como se acariciaban entre sí y más lo gocé cuando los dedos de Roberto comenzaron a masturbarla. Los gemidos de ambos hicieron que me lubricara y que Augusto también. Entre los cuatro nos veíamos, cada quien con su respectiva pareja.

Augusto comenzó a jugar con mi vulva, a meterme la lengua en la entrada vaginal, mientras sus dedos jugaban con mi clítoris y sus manos masajeaban mis senos. Ana, por el otro lado, había comenzado a chuparle el pene a Roberto, él sujetaba su cabello y gemía diciendo “Qué rico la chupas”, aquello duró unos buenos minutos. Después cambiamos de posición y Roberto le chupó la vulva a Ana, mientras yo le chupaba el pene a Augusto. Todo aquello se veía y escuchaba delicioso, los flujos corporales, la saliva, los besos, las manos rozando, las pieles encontrándose. Todo, absolutamente todo era excitante. 

La temperatura estaba elevándose cuando Ana comenzó a montar a Roberto, después él se sentó sobre la cama colocándola encima para que sus piernas lo abrazaran. Las tetas de Ana terminaron en la boca de Roberto, quien parecía disfrutar de su volumen y textura. Augusto, por su parte, había colocado un par de almohadas en mi espalda elevando la altura de mi vulva para que introducir su pene fuera fácil pero también, que se sintiera más profundo. Ambas gemíamos fuerte sin importarnos quiénes podrían estar en las habitaciones contiguas, y ellos gozaban de vernos y escucharnos. 

Para cerrar la noche los cuatro comenzamos a coger en posición de perrito de frente, viéndonos los unos a los otros estimular a su respectiva pareja, apreciando sus cuerpos, sus gestos, sus ruidos, lo que decían. Roberto y Augusto comenzaron a ir más rápido, yo podía sentir a Augusto tocando lo más profundo de mi vagina y se sentía delicioso. Cuando terminamos, los cuatros soltamos un suspiro y después reímos, estaba claro que lo habíamos disfrutado y que ese día habíamos hecho algo que jamás hubiéramos planteado de no ser por la emoción del momento.

A la mañana siguiente pensé mucho en como quizás estoy en crisis pero tampoco puedo dar por sentado todo lo bueno que la vida me ofrece en el menú. Tal vez mi relación había terminado justamente para darme cuenta que, tenía que probar otras cosas que provoquen un sabor explosivo en mi boca.

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