Relatos eróticos

11 Entrega al deseo sin punto de retorno.

Sinopsis: Alessandra, Saúl y Antonio se permiten naufragar en las posibilidades que trae una noche inesperada de placer.

 

Crecí sabiendo que como mujer me gustaban otras mujeres al igual que los hombres, vi a lo largo de mi vida como aquello era solo un fetiche que satisfacía las fantasías, sobre todo de hombres heterosexuales, pero en mí surgía constantemente la pregunta: ¿Que los hombres no pueden sentir esto? El gusto de poder probarlo todo sin tapujos. Viendo la narrativa machista que me rodeaba entendí que tal vez para muchos hombres resultaba complicado decirlo en voz alta, o incluso sólo admitirlo ante el espejo. 

No fue sino hasta que me mudé de país que pude observar otras realidades y entender que tal vez de donde yo venía quedaba un largo camino por recorrer. A Saúl lo conocí en España, hace dos veranos para ser exacta, su mirada me intimidaba, me sonrojaba tan sólo con un reojo, me hacía sentir que no había nadie más en la habitación que fuera tan deseable como yo. Aquella noche nos acostamos, pero más que un encuentro apasionado en donde hay azotones de puerta, de cuerpos, y gemidos explosivos, fue algo sumamente pasional; su mirada me atravesaba para plasmarse en mi cerebro con facilidad; se movía con sutileza pero sin dejar escapar un sólo rincón de mi cuerpo de sus labios carnosos. Mientras escribo esto, me mojo, quiero correr a masturbarme, pero no es ni el principio de esta historia.

Establecimos una relación basada en la confianza, en la comunicación, en la desmitificación de las ideas que nos habían vendido como amor verdadero. Fue hasta los 4 meses de estar juntos que mientras cenábamos en la terraza de su departamento conversamos sobre aquello que nos excitaba. 

Conversamos un rato sobre nuestras experiencias, sobre cómo habíamos caído en cuenta de que teníamos esa preferencia y los prejuicios tan equivocados que rondaban alrededor de las personas que somos bisexuales. No hay nada más bonito que estar con alguien con quien puedes mostrarte sin secretos, sin máscaras, con la confianza total de que quien eres no será motivo de que esa persona salga corriendo sin querer saber nada de ti. 

Conforme pasó el tiempo conocí más gente, tan lejos de mi hogar y tan cerca de sentirme como en uno. La gente se mostraba distinta, como si el temor no existiera, había excepciones claro, pero en su mayoría éramos gente joven queriendo conocer más, sin limitaciones ni etiquetas. Solo éramos. Por eso mismo fue que la relación de Saúl y yo fluyó hasta eventualmente decirnos que teníamos fantasías que eran la epifanía de quienes éramos y somos en realidad. Un buen día me confesó que llevaba noches masturbándose imaginando que yo y él teníamos un trío con otro hombre, que los tres nos llenábamos de placer, que dejábamos las cosas fluir, entre ellas el sudor que hacía correr mi rímel y humedecía la cama. Me gustó su fantasía, me gustó pensar estar entre dos hombres que además de desearme a mí, se deseaban entre ellos. 

Sin planearlo, un día Saúl y yo asistimos a una fiesta, nos encontramos con algunas amistades con quienes bailamos y reímos, entre ellos estaba Antonio, un amigo de la universidad que había conocido el primer día de clases. Nos habíamos vuelto cercanos después de 8 meses. Todo estaba fluyendo bien cuando de pronto Saúl se me acercó para susurrarme al oído que mi amigo le parecía atractivo, ¿Qué me pasaba? Me había excitado al minuto de haberlo escuchado. Solté una risa nerviosa, porque sabía que Antonio me consideraba atractiva; no sabía como hacer mi movida pero quería que sucediera algo, me sentía al borde del vacío, como quien se lanza de un paracaídas y tiene el mundo a sus pies. Ubiqué a ambos en la habitación, tomé a Saúl del brazo para llevarnos hasta donde estaba Antonio. Era el principio de una noche inolvidable.

Platicamos de todo, música, cine, teatro, política, de pronto sentí aquella tensión sexual que caracteriza tan bien a las personas que no saben disimular sus antojos, que si quieren algo, apuntan con la mirada sin apartarla hasta que consigan lo imposible. En este caso no era algo imposible, era algo novedoso. Yo también podía decir que Antonio me atraía pero había sido hasta ese momento que pensé en ellos dos conmigo. Aquel pensamiento fue irreparable, era momento de arriesgarnos. 

Flotamos como madera en el río, nos dejamos llevar por la corriente hasta dar con la cama. Saúl me besaba la espalda mientras, Antonio me besaba los senos. Antonio me tocaba las nalgas, Saúl tocaba mi vulva. Sentía sus respiraciones y no podía creer lo que sucedía… De la fantasía a la realidad sólo existe la determinación como distancia. Yo, inconscientemente había decretado que aquella noche fuera de tumbar barreras desde que Saúl confesó que Antonio le resultaba atractivo. Y yo quería ser la conjunción entre ambos universos para poder crear uno nuevo. 

Comenzaron a tocarse entre ellos, a explorarse, de alguna forma era conocerse a sí mismos y aquello que pocas veces nos atrevemos a ver. Me gustaba verlos entusiastas, como cuando de niña iba a los campamentos y me explicaban cosas de la naturaleza que me maravillaban; parecía que ellos estaban conociendo por primera vez lo que les gustaba y yo estaba en primera fila. Una cosa era saber que mi novio era bisexual y otra muy distinta verlo con esa fuerza y ese gozo sin retracciones. 

Se besaron entre ellos, se masturbaron, después yo entré al juego dejando mi saliva en sus penes. Terminaron montándome, les excitaba verme rebotar, escucharme gemir, y a mí me excitaba verlos besarse, frotándose, se turnaban para sentirme, y yo tomaba turno para tocar a cada uno. Aquella habitación era más un panal en donde éramos enjambre y nuestro deseo destilaba miel, que a su vez nos envolvía, endulzaba y nos sostenía cuerpo con cuerpo, como pegamento. Ambos explotaron al ritmo de mis gemidos, mis senos fueron el punto final. Los tenía a ambos. 

La noche se convirtió en amanecer y con la llegada del sol los amantes se convierten en extraños que se conocen muy bien. Al despertar los tres parecíamos despreocupados, pero teníamos algo claro: La aventura había terminado, era momento de seguir nuestra rutina. Al despedirnos hicimos un gesto con la mirada, uno como diciendo: “Que la vida traiga con ella lo que tenga que traer, así sea otra aventura en otro tiempo y otro espacio”. Saúl y yo estábamos contentos, no había límites, no había imposibles, sólo un mundo de posibilidades que tomaríamos apenas nuestros cuerpos lo quisieran.

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