Sinopsis: Alex conoce a Sam y deciden explorar el placer sin importar su género.
Siempre me había preguntado qué era lo que realmente me gustaba, las personas que atraían a mi cuerpo, quería saber lo que ocurriría si corría el riesgo, tenía curiosidad por dejarme llevar y no reprimir lo que de pronto aparecía en mi mente. La verdad nunca había entendido porqué había que dar tantas explicaciones de las razones por las cuales te gusta quién te gusta o te enamoras de quien te enamoras. Yo, en realidad, sólo soy una persona que siente, que no pone barreras, que abraza a las personas sin distinción y lo mismo ha hecho siempre mi corazón.
A Sam lo conocí en una aplicación de citas y aunque no tenía muchas expectativas, resultó ser una experiencia distinta… Nos enamoramos, comenzamos una relación sentimental que a la vez se alimentaba de la pasión que había entre él y yo. Sabía que podía enfrentarme a los prejuicios que surgen alrededor de las palabras “un hombre con vulva”, pero eso no impidió que yo me dejara sentir por sus manos, su corazón, su cuerpo. Cuando quiero tocarme, suelo recurrir a nuestro primer encuentro, tan lleno de adrenalina y descubrimiento.
Nuestra primera vez fue después de platicar demasiado y que sus miedos se disiparan, una vez que él se sintió en un lugar seguro, sabíamos que era momento de probarlo todo. Aquella vez, más que lanzarnos hacia el otro, dejamos que nuestros cuerpos se acercaran a un compás mucho más lento, como cuando estás descubriendo algo por primera vez y observas con detenimiento; dándote cuenta que el mundo no es como te habían dicho; que aún te queda mucho por explorar, mucho que sentir. Cuando sus manos y las mías se encontraron fue al ritmo de la quietud de un lago, sutil y delicado. Le había mirado desde antes, pero no de esta forma, en donde nace la vulnerabilidad, en donde ambos seres nos dejamos ser con total libertad, sin escondites.
Me besó lentamente, pasando la palma de su mano izquierda por mi cuello, mientras la otra se dirigía a mi entrepierna para comenzar a frotarla, yo acariciaba su cara, su pecho. Estábamos en una habitación en el centro de la ciudad, en donde el ruido nunca faltaba y la calentura en ese momento, sobraba; de algún modo la fricción de nuestro cuerpo logró acallar la ciudad. Nos desnudamos poco a poco mientras nos masajeábamos la espalda, los hombros, los brazos, el pecho, las piernas. Finalmente nuestros cuerpos se vieron el uno al otro desnudos, corrimos a besarnos cada rincón, yo moría por verle retorcerse de placer mientras mi lengua paseaba por su clítoris, así que lo hice, comencé sutil, después en movimientos circulares, sentía como se humedecía y yo quedaba impregnada de él.
- ¡Quiero hacerte mía, ven acá!, exclamó mientras me tomaba de la barbilla para besarnos y se puso encima mío.
Me besó como nunca nadie había hecho, se movía sin prisa, como quien saborea un postre. Combinaba sus labios y su lengua para guardar en él todo mi sabor. Comenzó a masajear mis pezones mientras besaba mi abdomen y después chupaba mi vulva. Lo que él no sabía es que tenía un factor sorpresa… Un juguete que queríamos probar. Aquel juguete consistía de dos extremos para estimular a dos personas a la vez.
Él comenzó masajeando mis pezones con el juguete, después mis piernas, yo hice lo mismo con él. Nos recostamos en la cabecera de la cama para poder estimular simultáneamente nuestras vulvas colocando un extremo del juguete en mi vulva y el otro en la suya, nuestros gemidos eran excitantes, nos hablábamos sucio diciendo: “Qué rica estás”, “Quiero que termines en mi boca”, “Me encanta tu culo”, “Quiero poner a rebotar tus tetas”, “Te deseo”. No queríamos terminar aún, así que decidimos aplazarlo para que fuera más intenso.
Nos sentamos uno enfrente del otro, nos vimos fijamente mientras nos masturbábamos, queríamos ver cuánto tiempo más aguantábamos las ganas de tocarnos. Sus gemidos hacían que mi mente pensara en lo rico que acababa de chupar mi vulva hacía unos minutos. Así que no lo pensé más, decidí tomar la iniciativa, tomé el juguete, volví a colocarlo en nuestras vulvas, pero esta vez yo encima de él, montándolo, dejando que viera mis tetas rebotar tal y cómo quería. Comenzó a tocarlas con delicadeza para después chuparlas. El juguete hacía lo suyo. Estábamos en completo éxtasis. Su cara lo decía todo, me deseaba y ante ello sólo quería seguir; él lo sabía yo lo deseaba y no había impedimento para llenarnos del placer que merecíamos.
Llegó el orgasmo, inesperado, súbito, explosivo, por un momento dejé de escuchar con claridad, ambxs reímos fuerte. Me acurruque en sus brazos, escuche los latidos de su corazón, lo miré a los ojos…
- “Hay tantas cosas que quiero hacerte”, le dije.
- “Nada te detiene”, respondió.
Suspiramos para recuperar el aliento. ¿Qué acababa de suceder? Habíamos tenido sexo, riquísimo, por cierto, pero a la vez, se habían encontrado todos nuestros miedos, nuestros complejos, inseguridades, pasado, presente y sabíamos una cosa: El futuro era un orgasmo compartido que queríamos repetir las veces que fueran necesarias hasta agotar todas las formas de sentir nuestros clítoris explotar.
Qué rico es coger, dejar que el impulso te lleve, pero qué rico es hacerlo con quien tienes la confianza de deshacerte, de correr por el cuarto desnuda sin querer taparte con una sábana. Qué glorioso es el orgasmo en manos de quien no sólo sabe hacértelo, sino de quien es la persona más especial que te ha tocado. Qué bonito ese agazajo en la cama, en donde existe el deseo, pero también el cuidado.