Relatos eróticos

08 La magia en mis dedos.

Sinopsis: Quería todo, quería más. La mejor parte fue darme cuenta que yo misma podía tener sexo en donde quisiera, conmigo, porque además mi cuerpo tenía todo para que así fuera, no necesitaba más.

 

Había conservado mis ganas y pensamientos más calientes bien guardados en el rincón mejor asegurado de mi mente, había sido un semestre estresante: Tesis, entregas, trabajo, mantener el equilibrio entre relaciones personales, profesionales, y no morir en el intento. 

En las vacaciones de verano decidí descargarme una de esas aplicaciones para conocer gente nueva, no tenía expectativas de nada, sólo entretenerme de la monotonía que implica vivir en una ciudad pequeña. Conocí a alguien que me parecía interesante, coincidíamos en gustos y con el tiempo nos dimos cuenta de que el sexo era algo que nos encataba pero no poníamos en práctica… Como lo anticipé, un buen día terminamos enviando mensajes calientes, diciendo que queríamos coger y que nos deseábamos. ¿El único problema? Vivíamos en países distintos, el chat era el único lugar en donde podíamos tocarnos sin siquiera vernos. Sus palabras me bastaban: “Me encanta tu cuerpo”, “Qué ganas de estar pasando mi lengua allá abajo”, “Qué rico sería hacer que te vengas”. La adrenalina me hizo recordar que no tenía que ir tan lejos para empezar, me tenía yo, y en ese inter descubrí lo mucho que disfrutaba tocarme, lo mucho que necesitaba liberar el estrés que mi cuerpo no había logrado desquitar en seis largos meses, lo mucho que me gustaba sentirme en el punto máximo de excitación con tan solo leer un mensaje. 

Un día, una de mis mejores amigas me pidió de favor llevarla al banco a resolver un asunto de su tarjeta, hacía mucho calor, eventualmente le dije que la esperaría en mi automóvil. Estaba ahí, sentada, escuchando música, cuando mi ligue caliente me escribió: “Qué ganas de estarte besando todo el cuerpo”, escribió, yo empecé a excitarme, sentía el deseo invadirme por completo, de pies a cabeza. “Tócate para mí, quiero que me enseñes lo mucho que disfrutas que te diga que voy a hacerte lo que quiera”, y entonces no me pude resistir. Decidí pasarme al asiento de atrás y comenzar a tocarme leyendo sus mensajes. Imaginando todo lo que podíamos estar haciendo ahí. 

“Quiero escucharte gemir y decir mi nombre”, escribió. Yo sólo sentía mi cuerpo sudar cada vez más, y sin importarme la gente que podría estar alrededor, los coches que llegaron a estacionarse a lado, la gente que salía del banco, nada me importó, yo me había desvestido para poder ofrecerme una sesión de sexo delicioso lleno de pensamientos prohibidos, fantasías que moría por cumplir, y la conciencia del lugar en donde estaba. Me gustó pensar en que alguien podría verme en acción, que querría volver a su casa a hacer lo mismo, y que se creara una especie de cadena del deseo. Empecé a gemir, y después grité su nombre, no sé si alguien escuchó pero no me causaba preocupación. 

“Me encantaría chupártela y saborear cada rincón de ti”, dijo. Yo sólo podía imaginar su cara entre mis piernas, su lengua paseándose por mi cuello, y su respiración reposando en mis hombros. Quería sacudir el automóvil con nuestros movimientos, pero a falta de su presencia me propuse ser quien hiciera todo suceder… Pensé en diferentes cosas que me excitaban:

Hacerlo en un lugar público, hacerlo en la regadera, hacerlo en una playa nudista, hacerlo con una o más personas, hacerlo en una tienda de campaña, en un jardín, en un lugar en donde otras personas pudieran ver, en que en ese preciso momento podía haber alguien viéndome y mordiéndose el labio conteniendo las mismas ganas que yo había contenido por meses de estrés. Quería todo, quería más. La mejor parte fue darme cuenta que yo misma podía tener sexo en donde quisiera, conmigo, porque además mi cuerpo tenía todo para que así fuera, no necesitaba más.

“Si estuviera cogiendote ahí, pondría tus piernas a temblar, haría que terminaras a chorros, dame más”, leí el nuevo mensaje en las notificaciones de mi celular, y la excitación escaló. Estaba yo, ahí, en un estacionamiento público, teniendo sexo conmigo, rompiendo las reglas… No necesitaba a otra persona que leyera mis deseos, yo sabía lo que quería, cómo lo quería, y sabía dármelo a todas horas, en todos los lugares. Yo era mi mejor experiencia. 

Coloqué mi celular en el soporte que tenía para él en mi automóvil, arriba del estéreo, era el ángulo perfecto para poder grabarme mientras me tocaba en la parte de en medio del asiento de atrás… Mi cuerpo lleno de placer sin temor a que alguien viera su desnudez era el elemento perfecto para seguir, quería seguir y seguir, y cuando llegaba al punto máximo, volvía a desacelerar para prolongarlo, no quería terminar. Quince minutos se terminaron convirtiendo en casi una hora, la cual culminó con mi estallido, mi gemido, mi orgasmo. Al terminar tomé aire, miré por las ventanas, todo parecía ir a su ritmo, todo parecía normal, nadie parecía haber visto lo que sucedía al interior de mi automóvil. 

Me vestí, salí del auto para ir a ver cómo iba mi amiga… Ella seguía en su trámite, mi cuerpo me guiñó el ojo diciéndome: “¿Y si lo hacemos una vez más?”

¿El placer? Mío, ¿el mejor sexo de mi vida? Conmigo. Por supuesto que quería a alguien que sintiera mi piel y yo sentir la suya, pero, mientras el momento llegaba, bastaba mi imaginación, un par de mensajes calientes, y mi asiento trasero para darme lo que quería. Desde aquella vez lo supe… La adrenalina que provoca lo prohibido es irremplazable, y qué rico tener esas experiencias contigo sin tener que preocuparte por nada, sólo por lo que te gusta. 

Volví al automóvil, quería volver a hacerlo, cuando de pronto mi amiga salió. Tuve que conservar mis ganas, contenerlas hasta que un par de días después decidí estacionarme en un parque cerca de mi casa y volver a desnudarme para mí y para quien se atreviera a ver.

 

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