Sinopsis: Una vez que creces te das cuenta que existen muchos lugares para jugar, para mí fue la oficina. ¿Alguna vez has fantaseado con hacerlo en tu lugar de trabajo?
Me han estado persiguiendo los recuerdos de aquella vez en la oficina, debe ser que la extraño, y que desearía repetir cuando cogimos en el cubículo del fondo, sobre el estante detrás de tu escritorio, en donde apenas y unos vidrios opacos alcanzaron a protegernos de la vista del resto de personas, ¿Te acuerdas?
Estabas tan concentrado pegado a la computadora, mientras yo te esperaba para irnos, pero hay algo que a veces no puedes hacer esperar: Las ganas y el deseo. Sabía lo que quería, quería hacer realidad las fantasías en donde tú eras protagonista, deseaba que sintieras mi calor y que en él te quedaras perdido, que quisieras hacérmelo una y otra vez. Me arriesgué…
Intentabas disimular lo desconcentrado que te tenía la tensión entre los dos mientras me deslizaba hacia ti, aspirando tu aroma a cigarro y colonia, y el teclado rompía el silencio de la oficina desierta de los viernes por la tarde. Intentabas con gran esfuerzo, pero era algo inútil, sabíamos lo que sucedería porque lo habíamos pensado miles de veces antes. Me incliné sobre ti, roce levemente mis pechos erguidos contra tu espalda, cuando de repente el teclado cesó, besé tu nuca lentamente, erguiste la espalda, dejando que aquella camisa negra que se te ve tan bien, trazara tus músculos a la perfección; mis manos comenzaron a recorrer tu espalda, tu pecho, marcando todos los lugares que mis labios morían por besar. Te giraste, te tenía de frente, podía sentir el calor aumentar a lo largo y ancho del cuerpo; tu mirada traviesa bastó para humedecerme un poco.
Y entonces todo comenzó: Tú sentado en la silla y yo sobre el estante, curiosamente quedábamos casi a la altura. Sin dejar de mirarte, abrí mis piernas para que pudieras estar más cerca de mí, las coloque a cada lado de tu silla, sobre los codos de ésta. Entendiste la señal, te acercaste más a mí, sin liberar mis manos, ni mis ojos. Bajaste mis manos hasta que no te estorbaron y atrapaste mis labios en un beso, suave, mojado, que me hormigueó desde la boca, por el cuello, electrizó mis pezones y me calentó toda, sentí como se hinchaba mi vulva.
Comenzaste acariciando mis nalgas, lento, pero luego las pellizcaste, mientras yo, sin liberarme de tu abrazo, comencé a mecerme frente a ti, estimulando mi clítoris contra el estante en el que estaba subida. En los momentos que jalaba tu cabello para tener tu cara frente a mí, tu expresión era tan deliciosa, me calentaba completa.
Te di un empujón y caiste sentado sobre tu silla, sin dejar de mirarme. Yo imagino que alguien en las oficinas de afuera escuchó, pero no sé atrevió a entrar, sino que tal vez sólo escuchó con más atención. Con tus ojos fijos en mí, me quité la blusa y quedé sólo con el brassier.
—¿Quieres cogerme?, te pregunté. —Sí, muy rico, contestaste.
Tú te tocabas sobre el pantalón, sin llegar a abrirlo. Yo me quité lentamente la falda, hasta que no quedaron más que las medias y mi ropa interior visible por debajo. Parecías no aguantar más, así que me bajé del escritorio y me incliné sobre ti, cerca, muy cerca. Aspiraste el olor de mi cuello, al mismo tiempo que yo desabotanaba tu pantalón, tú jugabas con mi cabello suelto.
Cuando te liberé del pantalón y la ropa interior, me acerqué y yo misma te ayudé a romper mis medias para que entraras en mí. Ni siquiera alcanzamos a quitar totalmente mi calzón, porque desde la cintura me guiaste a tu encuentro,. Me senté lentamente sobre ti y me atrapaste en un abrazo por la cintura, tu boca se pegó al hueco de mi mandíbula, lamías con tu lengua mi clavícula. La silla se reclinó y tu pelvis se dirigió más hacía mí. Comenzaste a moverte más rápido, sentía el calor que se extendía desde tu beso por todo mi cuerpo. Te apreté ahora desde dentro y me incliné para besarte, aunque apenas rozando mi lengua sobre tus labios, disfrutando tenerte tan cerca de mí.
Arriba, abajo, arriba, abajo. Húmedo.
El calor se me volvió adrenalina dentro; mis manos sobre tu pecho, primero quietas, luego presionando, casi pellizcando; tus brazos alrededor de mí; tú adentro de mí. El techo comenzó a desdibujarse para mí al ritmo de nuestro cuerpos, el sonido rechinante de la silla, nuestros gemidos; tu lengua en mis pezones, dispuestos al placer de tu boca; tus manos en mis nalgas y para entonces las mías en tu cabello despeinado.
De pronto un ruido extraño cerca de la puerta llamó mi atención, había alguien ahí. Lo confirme cuando escuché unos pasos acercándose al cubículo. No sólo no me bajé de encima de ti, sino que aumenté la velocidad. Ante mi vista, casi nublada de placer, ante la expectativa de ser descubiertos, apareció Marlen, la hermosa Marlen de marketing, con la que ya he soñado antes. Miró con detenimiento la escena que compusimos tú y yo en el cubículo, sonrió y se mordió el labio...
Ya no estuvimos solos.