Relatos eróticos

06 Dos amantes, una habitación.

Sinopsis: Dana ama a su pareja, pero quiere probar estar con otras personas, por lo que, después de años deciden abrir su relación sin saber que encontrarán placer en el lugar menos pensado.

 

Mi esposo y yo llevamos varios años casados, nos amamos y siempre hemos sido una pareja unida cuyo fuerte es la comunicación. Muchas personas podrían ver mi relación como algo irremplazable, algo cuyo valor no puede encontrarse en las palabras, pues la complicidad es otro nivel de intimidad y es curioso porque nadie sabe hasta qué punto hemos llevado la confianza que nos tenemos.

Yo me casé convencida de que él es la persona con la que quiero compartir mi vida, lo hice por convicción, pero con el paso de los años creo que muchas idealizaciones se derrumban, entre ellas, el hecho de que la monogamia es sinónimo de normal o felicidad. Somos seres sexuales, por naturaleza vamos a buscar sentir adrenalina en nuestros encuentros, vamos a querer sentir la sensación embriagadora de ser deseadas. No digo que deba ser así para todo mundo, pero sí algo que es común que suceda. Así que un día decidí hablar con mi esposo sobre los cuestionamientos que me estaba haciendo, sobre querer experimentar más, y con otras personas; aunque al principio rechazó un poco la idea, fue algo que fuimos dialogando, trabajando, hasta que él se encontró listo para poder abrir la relación con nuestras respectivas reglas, límites, y compromisos. 

Descargué Tinder para poder conocer personas, dejar que todo fluyera, y si me gustaba lo que veía, dar el paso de conocerles en persona. Después de unos días en la aplicación, hice match con un hombre que me provocaba ganas de besarlo de pies a cabeza, no solo porque tenía un físico que ante mis ojos consideraba atractivo, sino porque disfrutaba la conversación. Le dije a mi esposo que había encontrado a alguien, y que estaba lista para tener mi primer encuentro. Aquel día hacía calor, sentía nervios, emoción, me consumían mis pensamientos anticipando cómo sería sentir su piel contra la mía, o adentro de mí. Mi esposo me dejó en la puerta del hotel en donde habíamos quedado de vernos; al despedirme de él lo hice como niña chiquita despidiéndose de sus padres para poder ir de excursión… Me invadía la curiosidad, sabía que en la planta de arriba estaba un hombre que me encontraba atractiva e irresistible. 

Abrí la puerta, me atrapó el olor de su fragancia, su mirada me provocó una risa nerviosa, a los pocos segundos caminó hacia mí, cerrando la puerta, colocándome contra ella mientras besaba mi cuello y corría sus manos por mi cintura, hasta levantarme el vestido y apretar mis nalgas. Yo también comencé a tocarlo, a explorar todo aquello que no conocía, quería destapar lo que la ropa ocultaba, moría por ver su piel y besarla. Pero antes de que todo pudiera descontrolarse, me tomó de la cintura, me cargó, lo abracé con mis piernas, y me acostó sobre la cama besando delicadamente mis piernas; lo hizo sutil, lento, después llegó a mi vulva, y de pronto, alternando movimientos con su lengua y sus labios, comenzó a humedecerme. Antes de que pudiera explotar, me quitó el vestido y decidí ser la siguiente en hacer una movida, por lo que yo comencé a hacerle un oral; sus gemidos me excitaban, pero al escuchar su voz ronca decir mi nombre, no pude contenerlo más, y me subí en él, de espaldas, sus manos comenzaron a tocar mis nalgas, mi cintura, mi espalda. Después dirigió sus dedos a mi clítoris tocándolo suavemente, en círculos, luego de arriba a abajo, los dos estábamos volando, pero estábamos lejos del destino.

Después me tomó, me volvió a cargar pero esta vez para ponerme en cuatro enfrente del espejo de cuerpo completo que estaba en una de las esquinas de la habitación. Gozamos el vernos rebotar, el vernos gozar, el escucharnos decirnos cosas como “Me encantas”, “Qué rico es cogerte”. Pasamos de la esquina a una mesa en donde abrió mis piernas y pude sentirlo en lo más profundo de mi cuerpo, volvió a jugar con mi clítoris, estábamos en sintonía, íbamos al ritmo del otro. Nos quedamos viendo fijamente cuando de repente la explosión llegó para ambos, mis piernas temblaron, y él gritó sin disimular. Terminamos rendidos, por lo que nos pasamos a la cama, y ambos nos quedamos dormidos. 

Al despertar aún había mucho por hacer, estaban un sillón, la regadera, el lavabo gigante, el otro lado de la cama; ambos habíamos descifrado el lenguaje corporal del otro rápido, por lo que no tardamos mucho en volver a empezar, yo quería más y más y más. Él nunca dijo que no, ambos teníamos ganas del otro.

Después de unas horas decidimos partir, quedamos en vernos ocasionalmente y en seguir en contacto. Yo no podía estar más satisfecha. Cuando mi esposo pasó por mí lo primero que hizo fue preguntarme cómo la había pasado, traté de ser lo más detallista posible, noté en su entrepierna que le gustaba lo que estaba diciendo, y sospeché que la noche estaba lejos de terminar, y no había problema, quería hacer todo con él también. 

Al llegar a casa nos arrancamos la ropa, dejamos que la calentura nos hiciera hacer y deshacer lo posible en nuestra recámara. No dejamos espacio a la duda, dejamos que la adrenalina nos persiguiera, y volví a estallar junto con él. Aquella noche fue totalmente mía y me encantó sentir que podía provocar un huracán de excitación entre ellos dos, conmigo en el centro. 

Muchas veces me han preguntado cómo es posible que dentro de un matrimonio el sexo se dé en otros escenarios que no incluyan a la pareja, y aunque no puedo asegurar que sea la misma fórmula ni proceso para todo el mundo, de algo sí que estoy segura: Dejarse llevar y sorprender por la vida es clave. Nos vendieron la idea de que el placer en pareja solo podía darse mutuamente, pero reprimir nuestros deseos solo nos enseña una cosa; Que tal vez no todo es lo que parece, y que las reglas están para romperse sin necesidad de romperle el corazón a nadie. 

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