Relatos eróticos

24 Viaje al centro del orgasmo.

Sinopsis: Los vuelos han sido cancelados por una tormenta de nieve, Vale tiene que quedarse en el hotel del aeropuerto, en donde conoce a Sammy, quien decide cobijarla durante una noche.

 

Mi último día en Italia había sido uno muy agitado por el tráfico que hacía y me estaba impidiendo llegar al Aeropuerto en tiempo, llevaba 15 minutos de retraso, los cuales se convirtieron en 40 minutos. Finalmente llegué y no sé si llamarle suerte, pero el vuelo había tenido que ser cancelado por motivos de fuerza mayor. Solté un suspiro fuerte y me senté en una de las sillas de la sala de espera para poder recibir las instrucciones del personal de la aerolínea: “Lo sentimos, su destino ha cancelado vuelos debido a una fuerte tormenta”, nos dieron como opción poder hospedarnos en el hotel del aeropuerto, a lo cual accedí. 

Un hombre que aparentaba mi edad se me acercó y me dijo: “Creo que estamos en el mismo vuelo, se acaba de cancelar”, me enseñó su boleto y asentí con la cabeza. Era un hombre alemán, alto, risueño, con quien congenié de inmediato. Estábamos conversando cuando salió el tema de la estadía en el hotel del aeropuerto, él me dijo que se quedaría a dormir en las bancas de ahí mismo porque le parecía práctico, a mí me pareció incómodo, pero le seguí la corriente. Estábamos tan a gusto que decidimos ir a uno de los bares a tomar algo y comer. 

La conversación se extendió hasta tarde, cuando mucha gente comenzaba a irse. Nos la estábamos pasando muy bien y sentía que podía contarle lo que fuera, así como él me contaba todas sus aventuras. Él se había ido de mochilazo a explorar la península y yo había ido a hacer mis prácticas profesionales. Compartimos anécdotas y reímos mucho. Llegó un momento en el que nos sonreímos con picardía, como cuando besas a alguien con la mirada o le estás invitando a hacerlo. Pedimos la cuenta y continuamos la conversación caminando por el aeropuerto, yo comencé a sentirme cansada por lo que le dije que quería irme a mi habitación. 

No sé qué mosca me picó pero lo invité a ir conmigo, sé que este tipo de cosas a veces pueden ser un peligro, pero sentía un tipo de familiaridad con él y me sentí en confianza. Nos dirigimos a la habitación y le dije que podíamos seguir la conversación y que después él podía irse, aceptó. 

Me puse el pijama, una de satín rosa palo que podría parecer un atuendo creado adrede para llamar su atención, pero en realidad era la única que tenía. Se me quedó viendo mientras le daba un trago a su botella con agua. Era una mirada seductora tratando de verse desinteresada. Me senté en el sillón enfrente de él, se levantó y se dirigió hacia mí, se sentó a mi lado y comenzó a acariciar mi pierna con la yema de sus dedos lenta y sutilmente. Me provocaba entre cosquillas y excitación, o tal vez solo se trataba de mis nueve meses sin sexo lo que me tenían vuelta loca. Comencé a hacer lo mismo pero en su brazo, esperé su reacción y me di cuenta que era mutuo. Así comenzó todo. 

Nos comenzamos a besar apasionadamente, él tenía esa capacidad de besar con la lengua sin salivar y querer meterla hasta lo más profundo de mi garganta, sabía cómo moverla. De pronto ya estaba encima de mí, besándome toda y desnudándome al paso de sus besos. Aspiraba mi olor, dejaba su respiración en mis hombros y de pronto comenzó a usar su lengua en mi clítoris, la movía rápido, luego lento, luego usaba sus dedos, era la combinación perfecta. Después de deleitarme con su exquisito sexo oral, volvió a besarme la boca.

- ¿Quieres tener sexo?, preguntó.

- Sí quiero, respondí. 

Sentía algo de pereza pensar que ahora yo tendría que hacerle sexo oral, pero no fue así, siguió estimulando mi clítoris hasta dejar toda mi vulva húmeda. Su pene tenía el tamaño perfecto, no era gigante, ni era ancho, estaba a mi medida y lo estaba disfrutando demasiado. Todo comenzó lento, como suele ser casi siempre, pero de pronto colocó dos cojines en mi espalda para así poder quedar más alta y que la penetración fuera más profunda y mucho más estimulante. Su pene me volvía loca, pero más me volvió loca cuando con sus dedos comenzó a masajear mi clítoris. Podía sentir placer en mi próstata, en mi clítoris y en verlo a él.

- ¡Qué rica estás! ¡Tus tetas me encantan! ¡El sabor de tu vulva me fascina!, gemía. Yo por mi parte gemía de vuelta.

- ¡Eso, así, dame más, que rico coges, qué rico está tu pene!, todo era verdad. Lo estaba disfrutando demasiado. 

 

Después comenzamos a coger de perrito, pero ahora los cojines estaban en mi abdomen, ¡Y qué delicia sentir tanto en ese ángulo, en esa altura! Era perfecto. Me encantaba la idea de estar teniendo sexo como recompensa de un vuelo cancelado en un lugar completamente desconocido. Era lo más atrevido y lo más rico que había hecho jamás y él lo sabía. Me daba nalgadas, tiraba de mi pelo, me acariciaba las tetas, me tomaba del cuello, era dominante pero suave, con respeto y no hay nada más excitante que eso. 

Le pedí que terminara en mis tetas y me llenara de su semen. Así lo hizo entre gritos y gemidos. “Que bien te ves con mi semen encima”, dijo de pronto. Me gustaba la idea de que, como aquellas tierras lejanas, me hubiera explorado y me haya hecho completamente suya, dejando su marca. Y eso no fue todo… Explorarlo todo no era suficiente sin que yo sintiera placer, por lo que me masturbó hasta que por fin llegué al orgasmo, sus dedos eran simplemente perfectos, sabía cómo tocar una vulva, un clítoris para que los gemidos estallaran.

Le dije que se quedara, que no pasaba nada si pasábamos la noche juntos. Aceptó. Lo que no sabía es que había dejado mi deseo al tope, tan al tope que ofrecerle compartir un espacio era en parte bondad, sí, pero la gran parte era porque entonces así existía una gran posibilidad: Que en la mañana volviera a llenarme de placer.

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