Relatos eróticos

16 Lo que bien se aprende, no se olvida.

Sinopsis: Karen es una estudiante de maestría amante de la literatura, en su segundo año conoce a Michel, un profesor de filosofía que pasa de ser su fantasía a una realidad.

 

Karen y Michel se habían prometido detenerse por su bien, para no poner en riesgo ni la maestría de ella ni el empleo de él; habían tomado la decisión de ser dos personas adultas con la madurez suficiente como hacer callar sus instintos y priorizar sus carreras, pero, ¿no es también escuchar nuestras fantasías algo fundamental? Sin experiencias no somos seres humanos. 

Ambos se habían conocido desde que Karen había ingresado a la maestría, Michel era su profesor de filosofía. Habían tenido un semestre lleno de tensión, de esa clase de tensión que te hace pegarte más a la persona sin importar lo que esté en riesgo, la deseas y punto. Ella era amante de la literatura, tenía 27 años, era una mujer ingeniosa y él era un tipo de 32 años que amaba sostener conversaciones sobre luchas sociales o economía. Parecían, a lo lejos, un par de cerebros andantes, daban la pinta de que lo intelectual era lo suyo, pero nadie hubiera podido adivinar lo que sucedía detrás de la puerta del salón 304B… 

Michel disfrutaba poner en cuatro a Karen, darle nalgadas, poner sus tangas en su boca para que no se le escapara el grito de placer, amaba sus tetas colgando, su suavidad, sus piernas largas y su cara que en los pasillos aparentaba inocencia, pero que detrás de la puerta era todo lo contrario. Karen disfrutaba chuparle todo, de los testículos al pene, al pecho, al cuello, ver su cara de placer y escucharlo decir “Me encanta cogerte”. Se habían vuelto adictos a la adrenalina de lo prohibido, a ocultarse, a escuchar el ruido del pasillo mientras ellos impregnaban de su olor el salón. Había algo excitante en pensar que en aquel escritorio el profesorado llegaba a poner sus portafolios pero en realidad había sido utilería para una escena de sexo insaciable. 

Ambos sabían que tenían que detenerse, que un nuevo semestre implicaba un nuevo riesgo y más con un nuevo director supervisando todo con meticulosidad, incluidos los salones de clase. Sabían que había riesgo y entonces lo deseaban más. 

Acordaron que para cerrar su ciclo lo mejor era despedirse como se debe: Sin nada a medias. Como cada viernes, la clase empezó a las 5 de la tarde, todo transcurrió con normalidad, excepto por el hecho de que en esta ocasión todo lo que quedaba era la siguiente media hora antes de que la otra clase tuviera que ocupar el salón. Ambos se acercaron lentamente, como no queriendo llegar al final, pero cuando se besaron fue solo cuestión de segundos antes de que ambos perdieran el control absoluto. Karen le indicó a Michel que se acostara en el escritorio, se la comenzó a chupar pero esta vez tenía algo para añadir un poco de sabor al encuentro: Fin, un pequeño vibrador con el que empezó a masajear sus testículos mientras su boca hacía explotar a su pene. La cara de Michel indicaba que lo estaba disfrutando demasiado. 

De pronto ella se sentó dándole la espalda, él podía ver su culo, tocarlo, gozarlo, acariciar su ano suavemente mientras ella se movía. Michel se paró y dirigió a Karen a la ventana que daba a uno de los jardines del campus, en donde sus tetas lograban vislumbrarse, pero no importaba porque nadie estaba mirando. Abrazándola por detrás, Michel agarró con firmeza una de sus tetas, al mismo tiempo que empezó a masajear su clítoris con el vibrador, sus piernas comenzaron a temblar.

Después él la cargó y la puso contra la puerta, comenzó a penetrarla. Faltaba poco para que ambos terminaran cuando de pronto alguien comenzó a tocar la puerta, “¿Hay alguien allí?”, preguntó una voz desconocida, “¡Necesito pasar!”, continuó. Ambos sintieron la adrenalina recorrer su cuerpo. ¡Estoy en asesoría, ahorita salimos!, respondió Michel. ¿Asesoría? Estaban teniendo el mejor sexo de sus vidas. Tuvieron que acelerar el ritmo para que nadie sospechara además de que solo les quedaban un par de minutos. 

  • ¡Sí cógeme, hazme tuya!, le susurraba ella.
  • Nunca había cogido así con alguien, decía él. 
  • Me encanta sentirte hasta el fondo, dame más, Karen quería terminar, quería explotar y le quedaba un minuto para lograrlo y eso hacía todo más intenso. 

De pronto ambos terminaron, todo estaba hecho. Se apresuraron a recoger sus cosas y arreglarse la ropa, cabello y maquillaje para que nadie que estuviera afuera pudiera sospechar. Cuando abrieron la puerta estaba una maestra y tres de sus estudiantes esperando, los voltearon a ver algo extraño. Es que era algo obvio, ambos irradiaban sensualidad y el salón desprendía un olor a sexo. 

Karen había aprendido más de anatomía del cuerpo que de filosofía con Michel, y él le había enseñado que el sexo es un patio de juego en donde todo puede suceder. La lección aquí era sencilla: Todo en esta vida se aprende mejor poniéndolas en práctica que hablando de ello y el sexo siempre será el ejemplo perfecto.

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