Relatos eróticos

09 Escapada de medianoche.

Sinopsis: Teníamos una amistad que ocultaba atracción, tenía que hacerlo porque yo había salido con una persona cercana a él, porque si el resto de su grupo de amistades se enteraba, era probable que todo se arruinara.

 

Como bien dicen, hay romances que existen porque se sostienen por el misterio que hay detrás de una mirada en medio de una reunión y la tensión sexual que ata a dos personas aun estando al otro extremo de la mesa. Teníamos una amistad, pero nos gustaba imaginar lo que pasaría si estuviéramos a solas, en vez de hablando trivialidades a la hora del almuerzo.  

Hay cosas en la vida que son como una bomba, sólo queda esperar la cuenta regresiva para por fin ser testigo de la fusión entre lo prohibido y la realidad; entre dos personas que saben que deben cuidar sus miradas y que nadie sepa lo que dicen; entre dos caminos que aunque van hacia direcciones opuestas, se encuentran de pronto con el único propósito de no negarse a dejarse llevar por sus instintos, sino dejarlos ser. Cuando me di cuenta que no quedaba mucho más tiempo para que esto sucediera era un martes, yo vivía en un condominio que quedaba relativamente cerca de mi escuela, por lo que en unas horas muertas que tenía decidí ir a tomarme un descanso; él era mi vecino, vivíamos a 4 pisos de distancia, y casualmente al momento de tirarme en la cama a descansar recibí un mensaje suyo, -¿Qué haces?-, preguntó, - Voy a dormir una siesta, ¿y tú? -, respondí, me dijo que estaba igual descansando y que por qué no iba a verlo a su departamento. Accedí, sólo tenía que tomar el ascensor, el cansancio se había desvanecido entre las ganas de verlo y saber que cada vez estábamos más cerca. Llegué, sólo estaba él, no estaban sus compañeros de piso, y desde ese momento intuí que sería nuestro día. 

Nos dirigimos a su habitación, nos sentamos en su cama a platicar sobre la universidad, las clases, los proyectos de vida, soltamos unas buenas risas, de pronto sólo hubo silencio y no quedó más que nuestros cuerpos a menos de un metro de distancia, sabiendo lo que querían… Se acercó a mí lentamente para tomar mi cara entre sus manos y besarme, sentí algo en la boca del estómago, mi cuerpo respondió con mi manos tomando su cuello, y no quedó más que dejarnos llevar. Las ganas que habíamos guardado en un cajón por un buen tiempo salieron disparadas, nos empezamos a arrancar la ropa, a besar intensamente, “¡A la mierda las amistades en común, quiero esto!”, pensé. Por fin pudimos ver lo que la ropa conservaba como secreto, por fin pudimos tocarnos los rincones que la luz del día no alcanzaba, sentir las texturas que admirábamos a lo lejos cada vez que nos reuníamos o veíamos a lo lejos.

Me senté encima de él, al borde la cama, sólo para sentir su pecho contra el mío, su aliento, su respiración, para vernos a los ojos y encontrarnos sin negarnos. Me recostó sobre su cama y comenzó a besarme el pecho, el abdomen, y después se encontró con mi vulva, masajeó mis labios con sus dedos variando de presión, mientras su lengua paseaba por mi clítoris en círculos, en infinito, de un lado a otro, después dirigió una de sus manos a mis pechos para jugar con mis pezones. Comencé a gemir, a morderme el labio, a sentir cómo mi cuerpo se curveaba y estiraba al ritmo de sus movimientos. De pronto se detuvo, me miró fijamente, se levantó y comenzó a penetrarme, suave, suave, suave, cuando yo misma sujeté mis senos y comencé a jugar con ellos, comenzó a ir más rápido, de pronto se recostó encima de mí para susurrarme en la oreja: “¿Sabes cuánto tiempo había esperado por esto?”, “Me moría por sentirte toda”, sus palabras me excitaron y provocaron que mi cabeza hirviera, tomé control de la situación. 

Me levanté y lo empujé hacia atrás, era la hora de montarlo, de mover mis caderas como sabía hacerlo: En círculos, de adelante hacia atrás, rebotando, variando el ritmo para hacer que resistiera lo más posible. Él comenzó a masajear suavemente mi clítoris, lo cual me volvió loca. Coloqué mis manos en su cuello, mientras él me dio unas nalgadas con una de sus manos. Habíamos perdido por completo la noción del tiempo, de si sus compañeros de piso habían llegado, de si el celular no registraba llamadas, no importaba nada, sólo coger todo lo que habíamos evitado. Cuando menos lo esperaba, me puso en cuatro, dirigió una de sus manos a mis senos que rebotaban sin parar, mientras la otra me tomaba por el cuello, para después seguirme masajeando el clítoris. Sentí como venía a mí el orgasmo poco a poco, caricia tras caricia, de pronto un líquido salió de mí sin control. Él no podía creer lo que sucedía… Se excitó al punto de soltar un gemido que estoy segura se escuchó en todo el piso, y sentí como se derretía en mi espalda. 

Terminamos tendidos en su cama, soltamos una risa, cuando de pronto alguien tocó a la puerta de su habitación, nos volteamos a ver sorprendidos, - ¿Estás bien? -, era uno de sus roomies, yo en shock comencé a vestirme, él me detuvo, - Sí, ¿por? -, contestó, - Ah nada, es que escuché que gritaste -, le respondió, - Todo bien -. Y sí, todo bien, giró su cabeza para seguir besándome. - Quiero seguir cogiéndote - me dijo, cuando de pronto vi la hora en el reloj de su buró, tenía que apurarme, en 10 minutos tenía clase, así que para que nadie me viera salir del departamento él salió a distraer a sus roomies, mientras yo salí deprisa, con cuidado. Nadie se dio cuenta. Llegué a la escuela y recuerdo que mis compañeras me decían que me veía muy contenta, ¡pues claro! Me acababan de coger de la forma más rica que jamás alguien me había cogido. Estaba extasiada. 

Por supuesto no fue la única vez, armamos un lenguaje perfecto entre los dos, él no compartía habitación con nadie, por lo que era más sencillo que yo me escapara por las madrugadas a tener sexo, a desquitar años de vernos pero no hacer nada. Mi roomie, que era amigo suyo, nunca se enteró. La roomie con la que yo compartía habitación siempre guardó mi secreto, nuestro plan sucedió debajo del agua y nadie supo. Coincidíamos en la cafetería a la hora del desayuno y sólo nos veíamos; coincidíamos en las reuniones y no decíamos nada; coincidíamos en las fiestas, nos veíamos con otras personas, pero nuestro secreto era la cereza en el pastel de cada encuentro. 

Si nadie sabe lo que ocurre, nadie tiene el poder de arruinarlo y lo nuestro fue el claro ejemplo de eso.

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