Relatos eróticos

02 Un metro de distancia.

Sinopsis: Carolina estaba en cuarentena cuando llegaron unos nuevos huéspedes al departamento de a lado a romper con la monotonía en medio de la pandemia.

 

Era un martes, lo recuerdo bien, tenía junta virtual desde la comodidad de mi sala, me había preparado un té y mientras esperaba que fuera la hora, alguien tocó la puerta. Mis compañeras de piso estaban cada una trabajando, así que me dispuse a abrirla yo. Siempre he tenido expresiones faciales obvias, me delatan mis muecas o mis ojos y en esa ocasión estoy segura que ambas cosas expresaron lo que mi mente pensó: “¡Qué persona tan más guapa estoy viendo!”

- ¡Hola! ¿qué tal? Soy Ricardo, tu nuevo vecino, perdón que te moleste, espero no haber interrumpido nada, ¿crees tener el teléfono de la administradora? Es que necesito darle el pago de mantenimiento. 


Ricardo tenía ese tono de voz especial, de esos que persuaden e invitan. Me atrajo al momento, pero mi torpeza me limitó a darle el número, despedirme y asegurarme de ver en qué departamento vivía, el cual resultó estar justo a un lado del mío.


Por la pandemia mis compañeras de piso decidieron irse a sus Estados natales a pasar la cuarentena con sus familias, por lo que por primera vez tenía todo el espacio para mí, para hacer y deshacer cuánto quisiera. Mi vida siguió su ritmo con mi trabajo desde casa, las reuniones virtuales, maratones de Netflix, descubrir hobbies nuevos, me dedique tanto a mí, que había olvidado por completo al vecino que tenía a lado, es más, había pasado todo un mes desde que le había dado el teléfono de la administradora.


Era Abril, hacía muchísimo calor, así que decidí desayunar en la terraza que hay en el departamento. Estaba leyendo, cuando de pronto escuché como si algo se hubiera caído… Ahí estaba él recogiendo los pedazos de una taza que había tirado, en la terraza de a lado, a un metro de distancia. Volteó a verme y sonrió:

- Perdón, espero no haber interrumpido tu lectura, exclamó.

- No te preocupes…


Justo cuando iba a decir algo más para poder entablar una conversación, escuché una voz femenina que venía desde su departamento…

- ¡Ay mi amor! Siempre rompiendo mis tazas, dijo ella, una mujer que por su acento deduje que venía de Argentina.

- Lo siento mi vida, le respondió él.

- ¡Hola, vecina! No nos conocemos, yo soy Ara, esposa de este tonto. Su mirada me intimidó un poco.

- Ho-hola, yo soy Carolina, mucho gusto.

- ¡Pero qué mal educado! Cuando me pasaste el teléfono de la administradora no te pregunté ni tu nombre, perdona, estábamos con la mudanza y estrés por la pandemia, exclamó él.

- No te preocupes, todo bien. Espero les esté gustando el departamento.


Ara asintió, se besaron y en lo que terminaban de recoger, me metí a trabajar. Dos cosas: El vecino galán no era un cliché, era algo que podía pasar en realidad y la otra, ¿por qué tenía que estar casado? Desde la primera vez pude deducir que era un hombre mayor que yo, de unos cincuenta y tantos, mientras que yo solo tenía en ese momento, 25, pero no pensé que pudiera ser casado.

 

Pasaron un par de días, cuando una noche en la que me disponía a tocarme pensando en Ricardo, escuché gemidos leves. Me levanté de la cama como si me hubieran puesto un cohete y llegué a la terraza, se escuchaban cerca, me asomé a lado, justo en el ventanal de su terraza, estaban los dos teniendo sexo. El cuerpo de Ara estaba completamente pegado a la ventana, y él agarraba sus glúteos. Pasé saliva y me metí rápidamente antes de que vieran que los estaba viendo. Quería seguir viendo, verlos provocó que volviera a mi cama a tocarme con esa imagen en la cabeza. ¿Lo más raro? Que eso sucedió las siguientes dos noches, era como si quisieran que los vieran o escucharan, y yo estaba dispuesta a hacerlo. A la tercera noche pararon y me pregunté por qué. 


Después de la primera noche sin sus gemidos volví a llevar el desayuno a la terraza, era un día soleado, tranquilo, y había pedido vacaciones, así que tenía una semana entera para poder continuar con mi lectura. Ahí estaba Ricardo, sentado, con su taza de café, un plato de fruta y su periódico, me dio los buenos días, lo saludé, intercambiamos un par de comentarios sobre lo que hacíamos, él era un agente inmobiliario, y yo una mujer joven manager de una personalidad en el internet, él tenía 10 años casado y yo 5 años soltera. Ara salió a la terraza, tenía un camisón de satín y una bata transparente... “A su edad quiero lucir exactamente así”, pensé.

- Perdón si últimamente hemos estado haciendo mucho ruido, dijo, guiñando su ojo. Yo me quedé helada.

- ¡Ara! No digas esas cosas, exclamó Ricardo. Me estaba costando digerir su indirecta tan directa.

- No pasa nada, supongo que eso es lo malo de vivir en departamentos, respondí nerviosa.

- Para nada nos incomoda, todo mundo tiene sexo, ¿no es así?, dijo ella para después soltar una carcajada.

- Bueno, ustedes son afortunados, yo llevo 5 años soltera. No sabía con precisión de dónde estaba sacando la picardía para responder de ese modo. Pero lo estaba haciendo. 


La conversación fluyó hacia otros temas. Eventualmente nos despedimos y quedamos en desayunar así, a la distancia, a la mañana siguiente para hacernos compañía. Acepté. Esa noche deseaba tocarme pensando en los dos, en lo bien que se veían teniendo sexo en el ventanal de su terraza, cuando de pronto, como si un hada madrina me hubiera escuchado, comencé a escuchar gemidos de nuevo, más fuertes. Salí a la terraza y para mi sorpresa en esta ocasión Ara estaba encima de Ricardo, rebotando y mirándome fijamente, como si hubieran estado esperando a que yo saliera para verlos. Pedí disculpas y me tapé los ojos…

- Sabemos que te gusta, quédate, dijo ella. 


Era la primera vez que algo así me sucedía, que mi vida monótona y aburrida me presentaba la oportunidad de experimentar ese nivel de intensidad. Me senté en la silla, abrí las piernas, removí mi ropa interior, comencé a tocarme mientras Ricardo ponía en cuatro a Ara, recargada en el barandal, tenía ambas miradas viendo fijamente mis dedos moverse en círculos, sobre mi clítoris, mis pechos, mis labios. Mi cuerpo se humedeció de ver el cuerpo de ella rebotar, ver las caras de excitación que Ricardo hacía, escucharlos a ambos decirse cosas como “Estás deliciosa”, “Dame más Ricardo”, también cuando ambos voltearon y me dijeron “Qué rica vecina tenemos”, yo estaba al tope. Me gustaba ser fantasía de ambos y que ambos fueran parte de la mía. Con sudor, gemidos y un “Buenas noches, Caro” de ambos, cerramos la noche.


A la mañana siguiente no sabía cómo actuar, tampoco sabía si desayunar en la terraza. Era algo muy atrevido, pero decidí hacerlo. Ahí estaban los dos desayunando tranquilamente. 

- Buenos días, linda, ¿dormiste bien?, me preguntó Ara.

- S-s-sí, gracias, ¿ustedes? 

- Más que bien, ¿te gustó lo de anoche?

- Nunca había hecho algo así.

- Siempre hay una primera vez, respondió Ricardo.

- ¿Repetimos?, Ara se mordió el labio después de formular su respuesta y yo en automático me hipnoticé. ¿Repetir?

- ¿No podría traerles problemas en su matrimonio?, quería tener las cuentas claras.

- ¿Quién dijo que en un matrimonio no hay diversión?, dijo ella mientras se levantaba y se metía.

- ¿Te vemos al rato?, preguntó Ricardo.

- Estamos en medio de una pandemia, no tengo a donde ir. Rió, y se retiró. 


Agradecí estar de vacaciones porque en todo el día no hice otra cosa más que pensar en ambos, en sus rostros excitados, en Ricardo penetrando a Ara, en ella montándolo. ¿Que si quería repetir? ¡Lo anhelaba! De no ser por un metro de distancia, una pandemia y su partida hacia Alemania a finales del año pasado, estoy segura que, habríamos atravesado las paredes, roto los vidrios, cruzado la terraza. Pero hay cosas que son así, para saborearlas, sin poder tenerlas. 

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